domingo, 15 de junio de 2008

SAPOS Y HOMBRES


"Sapos encantados. Auténticos y garantizados". Así decía el letrero sobre el acuario de cristal, lleno de pequeños sapitos en una tina. La idea se me hizo medio fumada, y la curiosidad me llevó a preguntarle a la mujer que atendía que me explicara y me contestó esta jalada, o sea: "Se convierten en príncipes. Sólo tienes que seguir las instrucciones" y diciendo esto me entregó un pequeño cuadernillo de barata con las instrucciones. Yo por supuesto que no le creí, pero la vendedora tomo uno al azar y me dijo, asegurandome: "Todos son iguales. Sigue las instrucciones al pie de la letra y mañana a esta hora vas a tener a tu príncipe azul".

Al llegar a casa pense: "Pinche vieja loca fumada. ¿ahora que voy a hacer con este sapo?". Le marco a una amiga, que al igual que yo tiene una pinche suerte con los hombres bien jodida, le platico lo que me dijo la vieja del sapo, que se iba a convertir en príncipe o todo este desmadre, y cuando colgamos me puse a leer las instrucciones. Bastaba con alimentar al bicho cada media hora exactamente durante veinticuatro horas exactas, día y noche sin retrasarse ni un minuto ni saltarse una comida, porque de lo contrario el hechizo no se rompería y el sapo iba a seguir siendo un asqueroso sapo. Pero esperense, que voy leyendo el manual y decía: ACLARACION. Los sapos encantados se alimentan de amor cada media hora exacta. Debes decirle a tu sapito palabras cariñosas, tiernas, piropos, hacerle sentir que no es un sapo sino un príncipe para que efectivamente se convierta en uno.

"No mames", dije "¿que clase de chingadera es esta?". Pero bueno, pues a falta de quehacer, porque no tenía ni con quien salir. Dije, "vamos a hacerlo". Eran las 8:15 de la noche, así es que tome al sapo entre mis manos y nada más de verle esos pinches ojos tan feos, no supe de donde agarrar inspiración. Pero bueno, me esforcé y empecé: "Eres tan hermoso. Ay, te amo". Ay, me sentí tan pendeja... pero bueno, de repente una luz dorada se desprendió del animalejo. Una luz tan intensa que me deslumbró y hasta creí escuchar como campanitas. "Puta madre, ¿Qué paso?", fue la única expresión que me salió. Pero de repente, pus, volteo a ver al sapo y era un sapo común y corriente, frío y resbaladizo, y además bien pinche feo. Pensé que quizá me estaba volviendo medio loca, así es que dije: "Lo voy a volver a hacer".

Ocho cuarenta y cinco en punto volví a tomarlo entre mis manos y dije: "Eres un príncipe, el más hermoso de todos, ay te amo". La luz dorada fue ahora mucho más intensa que antes, el sonido de las campanas pareció de hecho envolverme, no sé qué chingaos me estaba pasando, pero yo cada media hora exactita lo hacía al pie de la letra. Le hice poesias, le cante canciones, le dije que lo amaba, lo hermoso que era y cada vez la luz dorada era mucho más intensa y el sonido de las campanas mucho más intenso.

Prefería no comer, no fuí al baño con tal de seguir con el proceso del pinche sapo feo, yo decía "que se convierta en principe". Todo ese día estuve dedicada a mi sapito; al día siguiente estaba tan cansada, que yo creo que me drogó tanto sueño y bese al pinche sapo feo en el hocico... ya, ya sé, que asco no. Nunca hubiera hecho eso en mis cinco sentidos. Me quede dormida y cuando me desperte, ahh habia un hombre acostado al lado mío en mí cama¡. Me quedé, no mames, impactada o sea el pinche viejo estaba de NO MAMES. Esta buenísimo, desnudito, listo para comerselo, ah no manches. El volteó a verme y me dijo: "Gracias por romper el hechizo. Soy tu príncipe. ¿me amas?".

No mames, no lo pense ni dos veces "claro que sí te amo chiquito, baby, estás pero como quieres", estaba más que perfecto. Y de repente me dice: "Mientras más me ames, más hermoso seré". Puta madre, pos me encanto eso. "Dime que me amas" me pedía el tipo; y obviamente yo le decía "ay te amo, te amo , te amo chiquito hermoso". "¿Cuánto me amas?", puta mucho, un chingo. "¿Qué serías capaz de hacer por mi?" Uta, yo como idiota, de verdad como pendeja, "Todo mi amor, todo lo que me pidas".

Claro que le decia todo esto porque yo no quería perder esa noche de pasión y la neta, pues la neta me urgía. Ya entre cuates, pues sí estaba medio necesitada de, pues de cariño no. Entonces le compré a mi príncipe ropa porque no tenía y obviamente no podía andar desnudito por todos lados. Digo, yo era feliz y para mi estaba de pelos, pero tampoco le iba a dar esa dicha a las demas viejas de la calle, no ni madres.

Claro que el principito, ijo, me resulto ser un poquito fino. Quería que le comprara ropa de marca, la ropa más cara, ah y además yo lo tenía que llevar a cenar y a comer a los mejores lugares.

Un día, mientras yo estaba aseando la casa, lavaba su ropa, que toma mi coche, lo tomó sin avisarme, y que va chocando el cabrón... bueno regresó diciendome que me había hecho un favor, que el coche estaba feo, medio barato, que en él no se veía bien y que además, pos digo, él necesitaba algo finolis. Yo no había terminado de pagar este coche... pero bueno, yo estaba tan endiosada que no le dí importancia. Dije: "Ay, es algo material. Ni quién se fije".

Claro que el wey era creidísimo, digo ya contándonos aquí la neta, no paraba de decirme: "Eres una afortunada de tenerme a tu lado, no cualquiera tiene un príncipe".

Obviamente las exigencias empezaron en aumento, además del coche nuevo tuve que darle a mi príncipe gran parte de mi sueldo, vacaciones, en fin todo lo que me estaba pidiendo. Para esto, yo tuve que trabajar horas extra y entonces mi príncipe pues se empezo a quejar; Que ya no lo atendía, que pasaba muchas horas fuera de la casa, que se sentía solo, que ya no lo amaba como antes. Las cuentas obviamente pues me seguían llegando. Me daba rabia llegar a la casa a las 10 de la noche, yo todavía cansada trabajando todo el día y encontrarme al pendejo viendo la televisión, obviamente echando la hueva sin hacer nada.

Me ví en el espejo: mi mirada, madres, estaba apagada; mi cabello, nombre, orzuela, necesitaba con urgencia un buen corte; mis manos asperas; y pos hacia tanto que no me compraba ropa nueva para que el cabrón se diera sus lujos y encima me dijera: "Los príncipes no dan explicaciones, baby".

Total, que el pendejo un día llega y me dice: "Fuí a buscar lo que no tengo en casa, porque tú ya no me amas, ya no me atiendes, no te arreglas para mí. Ya no me haces nada; y si no haces nada por mí me iré, te dejaré. Si me voy te morirás de tristeza sin mí, porque tú no quieres perderme. Soy tu príncipe, soy lo mejor que tienes en la vida".
Pensé en la cantidad de cuentas por pagar, en las horas de trabajo extra, en el cansancio, en la frustración, en la rabia. Yo estaba, puta madre, estaba encabronadísima y encabronadísima, es más no estaba encabronada, estaba emputadízima ésa es la palabra que lo define.

Que agarro el pinche manual de instrucciones y en la última pagina con letras bien pequeñitas ví que decía: Para deshacerse del hechizo basta con recordarle al príncipe, al pinche príncipe, que es un sapo. Basta recordar que tú eres real, basta con recuperar la fé en tí misma y en tu propia fuerza. Basta entender que no necesitas príncipes para ser féliz.

Puta, en chinga bajé corriendo las escaleras y me planté delante de mi príncipe, el que, de repente, ya no me parecía ni tan guapo ni tan hermoso ni tan perfecto. Y que agarro y le grito: "Pues eres un pinche y jodido sapo verde cabrón"; Nombre, el wey furioso "Soy tu príncipe, soy lo mejor de tu vida, tú me amas y me necesitas"; "No, no mames, eres un pinche sapo verde asqueroso" le grité; "No" dijo ahora, pero ya obviamente como que en su voz se notaba un poquito de inseguridad. "Tú me amas. Tú no puedes perderme". Puta, me empece a cagar de la risa y además sorprendido preguntó del por qué me reía, y le conteste: "Mírate wey eres un pinche estúpido sapo feo, puerco, ¿quién va a necesitar de semejante animal? tan asqueroso, tan feo". Bueno, el chiste es que me descosí.

Y entre más le gritaba cosas que bajaban su autoestima, más chiquito se hacía el wey hasta que de repente llegó a hacerse un sapo. Uta madre, en chinga me fuí a regresarlo a la vendedora, quien sonrio y me repitió de nuevo: "Todos son iguales. Nadamás es cuestión de que te endióses con ellos para que se crean la pinche octava maravílla y hagan de tí lo que quieran, así que cuidado, porque hay muchos". No traten al hombre como un príncipe porque no es más que un pinche y simple sapo.